Mis transformaciones

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Cuando, alarmado por el suicidio de Occidente comencé a escribir en internet, Brad Griffin, el administrador de la webzine Occidental Dissent que usa el seudónimo Hunter Wallace, inició su artículo “Los judíos y el nacionalismo blanco” con una frase refiriéndose a mí:

Surfeando la blogosfera, me topé con The west’s darkest hour, un blog de un lector de TOQ Online [The Occidental Quarterly] y entusiasta de Lawrence Auster que está preocupado sobre la presencia del antisemitismo en el movimiento del nacionalismo blanco. Al igual que Tanstaafl [seudónimo de un tal Paul en la blogosfera], parece que Chechar [mi antiguo seudónimo de internet, sacado de cómo me decía Cristóbal con cariño a sus seis años] aprendió sobre nosotros a través de sus nexos con el movimiento anti-yijad. En la previa entrada sobre el nacionalismo blanco, Chechar describe su odisea del liberalismo a espectador del marginal mundo racialista como un despertar de “Matrix”. Cada revelación es la cresta de un iceberg mucho más grande.

El siguiente año en que se publicó ese artículo eliminé el par de artículos a los que se refiere el autor porque allí yo hablaba cuando aún mantenía puntos de vista políticamente correctos sobre los judíos y el judaísmo. En este apartado quisiera confesar cómo fue que, después de una serie de revelaciones, comencé a ver un muro.

Mis Hojas son una suerte de duelo para enfrentar el dolor causado por la traición de mis padres y la sordera social sobre el tema. Lo que crucé desde mi adolescencia hasta mis veintes me permitió ver a través de las negaciones de la sociedad. Y fue precisamente el largo duelo y el consecuente ennoblecimiento de un alma arada (término de Vincent van Gogh) lo que me permitió, en 2010, ver la desnuda realidad sobre la cuestión judía. Quizá sólo aquellas almas que hayan sido aradas a través del sufrimiento podrían entender lo que quiero decir. Hemos visto que en “El alma y la alambrada de púas” de El Archipiélago Gulag, Solyenitsin escribió algunos clarividentes pasajes sobre cómo el alma humana que se pudre en confinamiento solitario encuentra salvación a través de una metamorfosis que le permite convertir su abismal dolor en sabiduría. Al igual que muchos niños y adolescentes maltratados, la alambrada de púas de las islas del Gulag volvió locos a muchos rusos. Solyenitsin se las ingenió para librar la psicosis a través de despertar su alma.

Desarrollar el alma interior a través de asimilar el pasado no es fácil, en lo absoluto. Pero cada vez que pienso en esas páginas del Gulag me veo a través de todos esos años de ermitaño al tratar de entender cómo fue posible que semejante tragedia cayera sobre mi familia. Sin embargo, lo que Solyenitsin llama el ascenso del alma es un tema enorme. ¿No fue Voltaire quien dijera que un hombre podía conocer el universo pero que necesitaría una eternidad para aprender algo sobre su alma? Así que apenas rozo el tema con mis letras.
 
Mis varias transformaciones

Huyendo de la Gran Canaria de Zapatero, el 11 de septiembre de 2009 imprimí y engargolé veinticinco artículos de The Occidental Quarterly que recogí gracias a internet. Uno de los primeros que comencé a leer al cruzar el Atlántico, “Los siete pilares del nacionalismo blanco” me impresionó: especialmente la postura del autor sobre cómo el “nacionalsocialismo podría salvarnos”. ¡Jamás había leído una apología al nazismo en una revista especializada! La postura del autor me pareció extrema; suspendí la lectura, y traté de dormir en el aeroplano. Los siguientes días, semanas y meses el asunto del nacionalismo blanco me pareció más que fascinante. A pesar de lo que en ese entonces percibí como una falla en el movimiento—su antisemitismo—, descubrí que la matriz en la que había estado previamente durmiendo era mucho más profunda y alienante de lo que había creído. Tan alienado de la realidad estaba que podría decirse que en los últimos decenios he estado despertando de una serie de diversas, aunque interconectadas, simulaciones o matrices en donde “cada revelación era la cresta de un iceberg mucho más grande”, como Griffin me parafraseó, hasta que alcancé un despertar auténtico.

En 1995, después de un largo proceso de digerir la literatura escéptica del CSICOP, abandoné mi vieja creencia en la psicocinesis. Desde mi tardía adolescencia y veintes me había perdido en Escatología. Ésta había sido mi idiota mecanismo de defensa en una noche oscura en que traté de sanar las heridas familiares a través del paranormalismo. A la par de dejar atrás esas creencias parasicológicas, en mis treintas los ensayos de Octavio Paz desenmascararon una buena parte de las ideologías de la izquierda hispanohablante. La crítica de Paz representó un refrescante despertar de los dogmas que me habían inculcado en el Colegio Madrid y en el medio intelectual. Esos despertares fueron transformaciones permitidas dentro de la matriz o simulación del Sistema en que habitaba mentalmente, así como mi siguiente despertar.

Estrechamente relacionado al maltrato infantil están las llamadas profesiones de salud mental que, en conflictos familiares, se ponen de parte de los padres y por lo tanto de los perpetradores en el hogar. No fue sino hasta mi curso sobre salud mental en 1998-1999 en la Open University de Manchester que descubrí importantes libros de los principales críticos de la siquiatría y el sicoanálisis. Desperté al hecho de que tales profesiones funcionan como una seudociencia política para imponer la voluntad de los abusivos padres, lo cual me movió a reescribir esos hallazgos en mi lengua nativa (el segundo libro de Hojas). Lo que precipitó ese despertar fue la bibliografía de las notas a pié de páginas de los libros de la Open University: libros fuera del currículo, aunque en Inglaterra los compré. Pero no fue sino hasta 2002 que descubrí a la psicóloga suiza Alice Miller, cuyo trabajo, a diferencia de los previos críticos de las profesiones de salud mental, es tabú en la academia. Sólo gracias a ella me percaté de que el saldo psíquico del maltrato parental es un tema prohibido en todas las sociedades (tema del tercer libro de mis Hojas).

En 2006 otro autor no académico me sorprendió. Lloyd deMause contestó mis preguntas por correo electrónico acerca del maltrato infantil en el Mundo Antiguo y me aconsejó que leyera un par de capítulos de una de sus obras. La lectura me causó una conmoción. El descubrimiento de la psicohistoria de deMause amplió la visión que previamente había aprendido en los trabajos de Miller. Después de asimilar la psicohistoria me encontré con una metaperspectiva que comprendía estudios de maltrato infantil desde las primeras civilizaciones hasta el hombre moderno (el tema del cuarto libro de Hojas). El campo unificado resultante de mi escrutinio en los adentros de mi alma gracias a Miller, y la investigación histórica elaborada por deMause, me hizo sentir que tenía un punto de vista sin paralelo para ver la tragedia de mi familia en particular y del Homo sapiens en general.

Estaba engañado, si consideramos que la psicología está ligada a la civilización en que vivimos; que la corrección política desde la Segunda Guerra Mundial ha sido una forma de censura, y que una auténtica libertad de prensa sólo inició con el advenimiento de una nueva imprenta de Gutenberg: el Internet. Así, una vez que descansé al terminar la revisión del quinto y último tomo de mis Hojas, a finales de septiembre de 2008 descubrí unos documentales sobre la islamización de Europa, y me enteré de que los prolíficos musulmanes podrían conquistar la civilización occidental hacia finales de siglo. Originalmente escéptico sobre esas afirmaciones, en Madrid compré el libro de Bruce Bawer Mientras Europa duerme (justo la noche en que tendría el “sueño en Madrid” recogido aquí). A finales de 2008 aún era liberal y sólo podía leer literatura de autores muy liberales. Dado que mis padres son católicos tradicionalistas, los conservadores habían sido anatema. Sólo después de que el homosexual Bawer me convenciera de que existía realmente un problema demográfico en Europa osé comprar otros libros: la trilogía sobre la islamización de Oriana Fallaci y la Guía políticamente incorrecta del islam de Robert Spencer. Spencer es un erudito crítico del Islam pero me llevó un tiempo digerir el material del blog anti-yihadí Gates of Vienna cuyos autores profundizan en el tema. La extensa lectura de estos autores conservadores no sólo despedazó mi previa visón liberal del mundo, sino que me arrastró a esa corriente del pensamiento. Me convenció de que aquellos preocupados sobre la islamización de Occidente estaban en lo correcto, y que sus detractores en grosero estado de negación. Ahora seguramente me encontraba maduro, me dije.

¡Era un polluelo que luchaba por resquebrajar el cascarón! Los nacionalistas blancos me enseñaron que, además de la islamización de Europa, existían temas absolutamente centrales que había que repensar. El ensayo de Michael O’Meara sobre la creación de un estado exclusivo para el hombre blanco, publicado en la webzine editada por Greg Johnson, representó un gran parteaguas en mi desarrollo intelectual. Cuando comencé a leer The Occidental Quarterly en el aeropuerto internacional ya sabía que un grupo de gente había acuñado un nuevo término en la previa década: el “nacionalismo blanco”. Es cierto que a finales de 2009 aún discrepaba con los nacionalistas sobre la cuestión judía. Haciendo a un lado esta diferencia, después de descubrir la existencia de este singular grupo que el sistema me había ocultado sentí que finalmente había roto el último de los cascarones tipo muñecas rusas y que, finalmente, podía escuchar: “¡Bienvenido al mundo real!”

Aún soñaba, pero el sueño mórfico ya no podía durar mucho. En febrero de 2010 me pegó un rayo que resquebrajó otro cascarón. Comprendí que me había equivocado rotundamente en la cuestión judía. Resultó que no era una pose alucinatoria, sino algo bastante real. Antes del 24 de febrero de 2010 solía intercambiar correspondencia amigable con un par de inteligentes judíos del movimiento anti-yijad. Sin pretenderlo, este par de judíos me ayudaron a despertar. Cierto que se enfurecieron cuando me cambié de bando, pero lo que me convenció de la verdad esencial del antisemitismo es que ninguno dijo nada racional después del reto que les planteé en mi blog: “Si para marzo alguno de quienes me han sugerido por correo electrónico que ignore a quienes critican a los judíos no refuta la aseveración de Avery Bullard (que los judíos nunca están sobrerrepresentados en movimientos que representen nuestros intereses, sólo en aquellos que nos debilitan), no tendré más opción que remover la cláusula ‘no antisemita’ antes de ‘nacionalismo blanco’ en la cabecera de mi blog”. Después del provocador reto, el par de intelectuales judíos no discutió civilmente. Larry Auster lo ignoró y el otro, Takuan Seiyo (cuyo nombre real jamás quiso confesar) se enfureció al ver mi ahora rasgada membrana del cascarón.

Pero la última prisión para la mente consistió en abandonar al tibio nacionalismo blanco de los americanos por algo infinitamente mejor: el nacionalsocialismo alemán, como cuento con detalle en mi blog en inglés.

 
Los que se quedaron atrás

Cualquiera que enfrente con honestidad mi enfoque de la psicohistoria expuesto en El retorno de Quetzalcóatl se encontrará en medio de un puente, entre dos territorios completamente distintos: el contenido de mis Hojas (llamémosle país M de Miller) y el contenido de The west’s darkest hour (llamémosle país N de los nacionalsocialistas). El cruce del puente colgante, de los hallazgos de Miller a cómo defender a Occidente ante una guerra etnocida, es vertiginoso. Pero precisamente mi cuarto libro le ayuda al aventurero a cruzar de un lado a otro manteniendo la vertical frente a los abismos a los lados del puente colgante. Todos los fans de Alice Miller están atrapados en el país M. Todos están contribuyendo, a través de su ignorancia sobre lo que ocurre en el mundo, a que el maltrato a la infancia crezca en el futuro de manera geométrica debido a la migración masiva de no caucásicos a Occidente y su tasa reproductiva. Todo aquél que quedó atrapado en el país M carece de perspectiva para ver los cambios políticos y demográficos que las elites traidoras están perpetrando. Mencionaré los nombres de los fans de Miller que se quedaron atrás.

Daniel Mackler. Apenas nos conocimos este neoyorquino, hijo de madre judía, y yo por internet a mediados de 2006 le llamé la atención sobre la psicohistoria. Después de que, en largas discusiones en su foro, no me contestara un hallazgo psicohistórico—que los no occidentales tratan peor a sus hijos que los occidentales—, en 2007 me mostré más áspero con él. Pero como Mackler jamás enfrentó este dato, en 2008 perdí toda paciencia y a finales de ese año comencé a denunciarlo. Cuando antes de eso le dije a Mackler que su ideología antinatalista habría de predicarse a quienes más maltratan a su progenie, y mencioné las tribus de Nueva Guinea, respondió que no podía predicar en esas tierras. Ténganse presente dos factores: en esos tiempos yo aún era filosemita, y originalmente fui cortés con Mackler. Sólo cuando me ignoró reiteradamente de que unos grupos humanos tratan mucho peor a su progenie, y ya tiempo después de mi despertar a la cuestión judía, lo vi como un típico enemigo semita de la raza aria: especialmente después de leer su reseña en contra de El archipiélago Gulag de Solyenitsin. Ahí Mackler mostró sus verdaderos colores: no le importa el genocidio de decenas de millones de rusos siempre y cuando se haga en nombre de la izquierda.

Dennis Rodie. Al holandés Rodie no lo aborrezco como a Mackler. Por una docena de años Rodie ha mantenido un sitio web cuyo título está inspirado en el mejor libro de Miller. Pero este holandés radicado en Suecia es uno de esos típicos europeos liberales que se sienten santos al fotografiarse al lado de negros, ignorando que los migrantes son los principales perpetradores de violaciones a las suecas nativas. Pero incluso eso palidece comparado con lo que llamo el pecado contra el espíritu santo de la vida: el mestizaje con estos simios que ya ha iniciado en los países nórdicos. Al igual que millones de europeos liberales, Rodie es un caso perdido. La religión inconsciente a la que tanto él como Mackler pertenecen no es, como alegan, proteger a la infancia sino el liberalismo antiblanco.

Bernard ha usado otro seudónimo en el blog de Rodie y en Wikipedia, “Bookish”. Hijo de una musulmana egipcia que lo maltrató de niño y de un inglés nativo, este tipo con doctorado en sicología se enojó conmigo desde que me mostré crítico hacia aquellos que se dicen protectores de la infancia cuando, en realidad, cojean. Obviamente, al correr sangre mora en sus venas, Bernard jamás podrá estar de acuerdo conmigo en que hay que expulsar a los millones de gente de color que han invadido el Reino Unido, donde vive, desde que el gobierno comenzó a importarlos.

Andreas Wirsén. Este joven sueco, originalmente el primer entusiasta de mis Hojas, se ofuscó desde que crucé del país M al país N. Ha sido incapaz de procesar en sus adentros por qué migré. ¿Y cómo se lo va a explicar si, al igual que los otros, no quiere sopesar el contenido de The west’s darkest hour? De alguien que me admiraba mucho por mi trabajo, como puede verse en el artículo de mi blog “Wirsén on Miller’s fans”, resultó alguien que actualmente me ignora.

José Luis Cano Gil. Después de años, Cano Gil no me ha dicho media palabra sobre mi puente Quetzalcóatl que, según él, leería. La última vez que me asomé a su blog nada se mencionaba de la invasión mora a su país, España. En otras palabras, para un protector de la infancia que haya hecho la transición del país M al país N, la prioridad es sacar del suelo europeo a los millones de migrantes que vienen con formas infinitamente más primitivas de puericultura que la nuestra. No se trata de educarlos sino de expulsarlos. Quien no promueva esta nueva expulsión de moros y judíos a la 1492 no ha migrado.

Jeff. Este sujeto vivía en California y mantenía unos blogs abiertos donde firmaba con el seudónimo de Becoming Other. Al momento de editar este pasaje su sitio ya es en privado. Jeff fue el último de los fans de Miller que me contactó por internet. Al igual que a mí, le sucedió algo espeluznante con su padre.

Cuando discutía con Mackler, al menos este judío hizo un intento tímido de replicarme ante mi novedosa información psicohistórica. Jeff ignoró todo lo que le decía sobre los hallazgos de deMause sin argumentar media palabra. Cierto que, con su radicalismo, Jeff es más valiente que los lectores de Miller mencionados arriba. Pero el tipo siempre estuvo demasiado encerrado en su tragedia personal al grado de sugerir, como lo hizo en el blog de Mackler, asesinar a los padres abusivos en un ajuste de cuentas. Compárese eso con lo que hago: idear escenarios de ingeniería social para corregir el problema en una Utopía. La última vez que entré al blog de Jeff, cuando aún era público, el tipo decía que quería aún menos índices de reproducción en Alemania. Si Jeff es blanco, semejante antinatalismo lo convertiría en alguien bastante peor que un Mackler. (Judíos como Mackler se sienten más seguros en una sociedad multirracial que en una sociedad predominantemente aria.)

Published in: on 29 octubre, 2020 at 8:14 am  Deja un comentario  

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